Una experta en fertilización: “Madre es quien se ocupa de alguien”

Ester Polak, símbolo de la fertilización asistida, revela, en una charla íntima con José Abadi, que en el origen de esa búsqueda de la vida está su mamá, prisionera del nazismo y víctima de Mengele. “Tengo la cabeza muy abierta”, dice al explicar qué cree que es tener un hijo.

Cuando se habla de Ester Polak pensamos en la posibilidad de quienes luchan por tener un hijo. Fuiste pionera de la fertilización asistida. ¿Cómo llegaste a ser doctora y cómo se te ocurrió especializarte en esto?
Hace poco me entregaron un premio en el Senado. Eso hizo que empezara a rearmar mi vida y a recapitular. Fue muy emotivo: recordé momentos y me di cuenta de cómo mi historia tuvo que ver y marcó a mis hijos dado que, a esa entrega, fue Gonzalo, mi hijo menor.

¿Cuál es la edad de él?
Tiene 35. Advertí que hay muchas cosas que quedan marcadas en los chicos. Fue impactante: habló Gonzalo y después hablé yo de otros temas. Cuando era chiquita, en lugar de anunciar que sería bailarina u otra cosa, como todas en esa época, decía que iba a ser doctora.

¿A qué edad fue eso?
No le creo mucho a mi madre en esto: dice que a los 4 años yo jugaba a la doctora. Una locura. Siempre quise ser médica. Cuando terminé el primario, dije: “Me voy a anotar en el Liceo 4”. Papá y mamá me preguntaban si yo, que estaba en Barracas, me iría hasta allí y qué era lo especial que tenía el Liceo 4: lo especial era estar más cerca de la Facultad de Medicina. Mi papá me consultó: “¿ Estás segura de lo que vas a hacer? Es una carrera muy larga y dura”. Contesté que era lo que quería y lo que me gustaba.

¿El qué hacía?
Papá disfrutaba de la vida. Era comerciante. Un argentino nacido en el Dock Sud, hijo de inmigrantes rusos. Tuvo una academia de tango. Gran bailarín, fue muy bravo y muy buen mozo.

¿Y tu mamá?
Mamá es sobreviviente de los campos de concentración. Esa historia tuvo mucho que ver con lo mío, lo entendí después. Medicina es una cosa, pero reproducción es otra. Reproducción, lo que hago, tiene que ver tanto con la vida.

Con nacer y con reparar.
Y ella que estuvo tan cerca de la muerte… la única sobreviviente de los que se quedaron allá.

¿Se hablaba mucho de esa historia?
Mamá era hermosísima, con unos ojos verdes secos, rubia. Siempre quería vestirse a la última moda, los sábados salía a bailar al Tabarís. Y de noche gritaba. Yo le preguntaba por qué gritaba. Tenía sueños terroríficos. Esa fue mi infancia: mamá gritaba mucho. Era muy doloroso verla sufrir. No puedo dejar de emocionarme cada vez que me acuerdo. ¿Sabés qué pasa? Soy primera generación.

Curar las heridas: la primera generación viene a mostrar que la vida le ganó a la muerte y que, en algo de ese triunfo, tambien está uno. A veces hay que tener cuidado con eso. Es casi como encargarse de la misión de curarla.
Así fue toda mi vida. Muy particular. Más aún porque mamá contaba sus historias. Ella era la menor de una familia muy grande, nueve hermanos. Estaban en la universidad y percibían todo. Vivieron el huevo de la serpiente en sangre propia. Siempre decían que había que irse. Mi mamá era la más chica, no sé si llegaba a tener 16. Ella se quitaba los años que estuvo en los campos.

Es decir: son años de la vida, no transitó esos años. O sí los transitó porque para que ella se salvara tuvo que existir un instinto de vida.
No te podés imaginar. Estuvo en todos los campos. Mamá contaba sus historias, que algún día voy a escribir en un libro. Todavía no estoy…

Del todo preparada.
Con tantos años de análisis… Mamá no contaba sus historias como propias. Lo hacía como si fueran cuentos o películas. Ella necesitaba contarlo reiteradamente. Durante años sentí que la sobreviviente era yo.

No me cabe duda.
Cuando pasaban cosas importantes en mi vida tenían que ver con eso. O cuando pasaban atrocidades en la Argentina.

Lo que pasa con esa historia, y sobre todo en el inconsciente, es que está instalada la idea de peligro.
Todo el tiempo. ¡Tengo un instinto! ¿Te acordás cuando estaba (el dictador Juan Carlos) Onganía? Había mucha represión a los estudiantes. ¿Te acordás de las escaleras de Medicina? Una gran amiga siempre me dice: “Me salvaste la vida y nos salvamos la vida probablemente las dos”. Estábamos con todos los alumnos haciendo un reclamo porque sucedían cosas feas en la Facultad. De pronto, vinieron todos los gorilas, uno atrás del otro. Iban al núcleo. Pasaron por al lado nuestro y mi amiga me comentó: “Vamos”. Y yo le indiqué que me siguiera. Y en lugar de bajar por donde ellos subían, que agarraron a todos y muchos la pasaron muy mal, nosotras corrimos para arriba. Ahí golpeamos la puerta de una de las cátedras y nos quedamos hasta que terminó. Ese instinto de vida tiene que ver con mi mamá, seguramente: es una marca genética. Yo me escapé, a mí no me iban a agarrar.

Exactamente. Decías que entraste en la Facultad de Medicina.
Me encantó esa carrera y todo lo que hacía. Lo pasé muy mal en Anatomía porque ahí otra vez tuvo que ver…

El campo de concentración, obvio.
Me impactó mucho. Lo asociaba, sentía que había mucha agresión hacia el alumnado, como provocar malestar.

Había una cosa defensiva también, que es no poder establecer la humanidad que una vez fue ese cuerpo.
No podía creer la falta de respeto.

¿Tu mamá se cruzó a Josef Mengele, uno de los criminales nazis más notorios? Es notable la vigencia, la historia del dolor y del terror.
Mengele le agarró el brazo a mi mamá. En una de las selecciones por las que pasó ella, esas situaciones en las que los que estaban en condiciones se iban a trabajar y los demás no pasaban, estaba Mengele. Los prisioneros andaban desnudos con un jarrito de metal, en el que les daban una sopa que era agua, única comida diaria. Mamá ya era piel y huesos. Ese jarrito y los trapitos se le cayeron a los pies: fue un insulto para él. Le agarraron el brazo y le anotaron el número para que, en vez de mandarla a la ducha, la desplazaran al otro lado. Mi mamá se escapó, quedó destapada y escondida entre los prisioneros en las barracas. Nadie tenía idea de cuánta gente había. Se mantuvo escondida. Ese instinto por sobrevivir era impresionante.

Parecido al de su hija que le dijo a una amiga: “Corramos para arriba”.
Puede ser. Retomando: no me gustaba la anatomía. Es más: por seis meses, no comí carne. Pero aprendí y saqué buenas notas. Entré a la Unidad Hospitalaria del Clínicas.

¿Clínica médica fue lo primero?
Integramos el grupo de José Emilio Burucúa, excelente profesor. Hasta hoy, si ausculto un corazón puedo escuchar un click. Me hizo amar la clínica médica.

¿Y cómo llegaste a esa especialidad?
Me gustaban las hormonas y la fisiología. No había especialidades para seguir, así que dije que iba a hacer el internado de Ginecología. Y percibí que era la carrera madre para aprender todo esto.

“La carrera madre.” Madre, justamente, vuelve a aparecer.
Quería saber más de hormonas, entonces también hice la especialidad de Endocrinología en el Instituto Modelo. Fue así que empecé con fertilidad. Aprendí mucho de Abraham Guitelman, un endocrinólogo muy famoso que estaba en el Alvarez. Cuando terminé en el Clínicas, me pidió que trabajara con él. Hasta que, en el ’78, llegó la gran revolución de la fertilización in vitro. ¿Quién se podía imaginar que era posible sacar un óvulo y tomar un espermatozoide para formar un embrión afuera del cuerpo? Era impactante. Muchos lo consideramos mágico; otros, diabólico. Unas controversias fuertes. Empecé a estar en contacto con el padre de la fertilización in vitro, Robert Edwards. Eso era lo que quería hacer. Me fui perfeccionando.

¿Qué cambió desde entonces?
Los avances impresionan y son muchas más las chances de una pareja para lograr el embarazo. Antes, se empezaba con el 5 por ciento de las posibilidades; ahora, es más del 50%. Y en ciertas prácticas es mucho más que ese porcentaje.

¿Moviliza mucho, internamente, ese ayudar a las parejas a tener hijos?
Espero no tener que dejar nunca de trabajar. Me apasiona. Si uno no está en este tema, cuando viene una pareja no advierte el dolor que siente al no lograr un embarazo. Es un tema muy sensible.

Hay que tener mucho cuidado con el equilibrio de la pareja.
Se ponen muchas cosas en juego en el tratamiento y en el deseo de buscar a un chico. Puede reparar cosas previas en una pareja. También hay separaciones tras tener un hijo o por no tolerar los tratamientos de fertilidad.

¿Hay mucha frustración?
Cada vez menos. Cada vez las chances de lograr el embarazo son mayores.

¿Trabajas con gabinete psicológico?
Gabinete, no. Hubo antes, pero muchos pacientes venían analizados y no les gustaba porque pensaban que formaban parte de la industria de la fertilidad. Es muy conmovedor poder escucharlos.

¿Frustra cuando no resulta?
La frustración está en ellos, pero también está en mí: “¿Cómo no lo logramos?¿Qué hicimos mal?”. Investigás y te das cuenta de que son cosas de la naturaleza y de estadísticas que no podes quebrar.

Luchás contra la tentación de la omnipotencia, supongo.
Mucho.

¿Peleás con las parejas que tratás?
No, pero las parejas, si no hay embarazo, se enojan. Muchas veces es más fácil poner el enojo afuera antes que reconocer que la problemática es de uno.

La proyección. Es un mecanismo de defensa frecuente.
Tal cual. Al comienzo, hay una charla comprensiva con los pacientes para que se relajen. Hoy, la mayoría de los pacientes se embaraza dentro de los primeros tres tratamientos.

Te consultan tanto hombres como mujeres.
En general vienen los dos.

¿Apareció la duda de si vos ibas a poder ser madre?
No, toda mi vida fui muy optimista. Desde chica supe que me iba a ir bien.

¿Cómo te llevás con lo que es el alquiler de vientres?
Madre es quien se ocupa de alguien. Tengo la cabeza muy abierta. En ciertas culturas está muy bien visto; en otras, la carga gestacional es tan importante que crea conflictos.

¿Y cómo es la vivencia de esas mujeres con esos hijos?
Impresionante. Hay mujeres que saben que ese chico no es de ellas, y comparten su crecimiento con la que va a ser la madre. Generalmente se conocen.

¿Es legal acá?
No está claro en el país todavía. Mando a mis pacientes afuera . Hoy, con el nuevo Código, importa el deseo procreacional: si hubo voluntad, el chico es suyo.

¿Influyen los tratamientos en la felicidad sexual de las parejas?
Sí. Cada vez que tienen que hacer un tratamiento, les digo que se tomen un champagne y se diviertan un rato.

¿Qué investigás ahora?
La congelación de óvulos. Tuvimos el primer embarazo en el mundo con óvulos congelados. Fue un gran desafío y es muy importante para preservar fertilidad. En el área de la preservación de la fertilidad y de la medicina regenerativa sigo trabajando. Y sigo aún con la medicina regenerativa: el futuro son las células madre.

Fuente: Revista Viva (enlace a la nota)